La artillería antes de la I Guerra Mundial


 Prácticamente hasta los primeros años de la Gran Guerra, la Artillería empleaba esencialmente el tiro directo, a distancias muy cortas (1500 a 2000 m.),  desplegaba entre los intervalos de la Infantería y tiraba a través de ellos, o desplegaba directamente unos centenares de metros a vanguardia de ésta. Su función básica era batir a las masas de Infantería enemiga o bien destruir fortificaciones en asedios: en realidad, era un Arma auxiliar, destinada a aumentar el poder de fuego de la Infantería propia. Sin embargo, ya desde las Guerras Napoleónicas, el fuego concentrado de Artillería era en muchos casos un elemento decisivo en el combate.
Sin embargo, a mediados del siglo XIX la Artillería de Campaña se encontró en una situación muy difícil: la introducción de los nuevos fusiles rayados hizo que el alcance de la Artillería en tiro directo (alrededor de los 1000-1500 metros) fuese muy similar al de la Infantería dotada de fusiles rayados, mientras que su cadencia de tiro era notoriamente inferior a la de los fusileros. Esta situación hacía casi imposible la supervivencia de las Baterías, y aparecieron voces que llegaron a cuestionar la propia continuidad del Arma, al haber perdido su utilidad en combate.
Pese a esta crisis momentánea, la Artillería fue adquiriendo una mayor eficacia conforme los avances técnicos permitieron aligerar el peso de los tubos y mejorar los afustes, incrementando la movilidad. Estos avances, junto con la mejora general de las vías de comunicación, permitieron desplegar número cada vez mayor de piezas en campaña. Avances posteriores, como los sistemas de retrocarga y la introducción de órganos elásticos en los afustes permitieron incrementar la cadencia de tiro de forma dramática, multiplicando la potencia de fuego de la Artillería. Como ejemplo de este incremento, la Grande Armée de Napoleón contaba en 1812 con unas 1146 piezas. Suponiendo que todas fuesen de doce libras de calibre (en la época, el calibre de las piezas se medía por el peso del proyectil que podían disparar. Doce libras equivalen a unos seis kilogramos) – aunque, de hecho, la mayoría eran de calibres menores, de cuatro, seis y ocho libras – y con una cadencia aproximada de un disparo cada dos minutos (lo que implica dotaciones bien adiestradas), la Artillería del Ejército más potente que tuvo Napoleón podía poner en el aire unos 3.500 kg de munición por minuto (en su mayoría, municiones macizas e inertes). En comparación, en 1896, tan sólo nueve Baterías dotadas del cañón Schneider 75 mm. Francés –capaz  de una cadencia sostenida de veinte disparos por minuto– superarían con creces esa cifra. Nueve Baterías a cuatro piezas era la dotación de cada una de las 80 Divisiones de Infantería del Ejército francés en tiempo de paz: sólo la Artillería divisionaria había multiplicado por 80 la potencia de fuego de la Grande Armée (en realidad, por mucho más, dado que las municiones empleadas en 1914 no eran inertes, sino explosivas).
La introducción de órganos elásticos permitía que el tubo retrocediera tras cada disparo, manteniendo el afuste en su lugar. Esto evitaba tener que volver a apuntar la pieza tras cada disparo (principal ventaja de cara al incremento de cadencia de tiro), pero también permitía incorporar escudos al afuste (ahora inmóvil), que protegían a la dotación de la pieza del fuego de la Infantería. Como consecuencia, la Artillería dotada de piezas con órganos elásticos y escudos era mucho más resistente al fuego de armas ligeras que su predecesora.
Como se ha citado, el tiro directo era la técnica preferida por los artilleros de la época. En esta modalidad de tiro, las piezas y sus objetivos se encuentran dentro del alcance visual. Inicialmente, la Artillería buscaba aprovechar la parte más tensa de las trayectorias de sus proyectiles, batiendo a las formaciones enemigas que se encontraban dentro de ella. En consecuencia, su empleo era más próximo al que hoy se da a las ametralladoras que al de la Artillería moderna. Esta modalidad de tiro nos parece hoy muy primitiva, y adolece de muchos inconvenientes:
- la parte tensa de la trayectoria es relativamente corta, lo que reduce el alcance eficaz;
- necesita visión directa entre pieza y objetivo, lo que deja a la pieza expuesta al fuego enemigo y facilita su localización;
- el número de piezas cuyo fuego puede concentrarse sobre un mismo objetivo está limitado por la disponibilidad de espacio para asentar armas con visión directa sobre el objetivo a batir;
- impide los “fuegos en profundidad”, limitando la Artillería a su actuación en el combate próximo y excluyendo objetivos como los Puestos de Mando enemigos, los centros logísticos, etc.
A cambio, ofrece otras ventajas que, antes de 1914, se consideraba que compensaban sobradamente estos inconvenientes:
- la puntería es sencilla, excluyendo la necesidad de personal excesivamente adiestrado técnicamente;
- la entrada en eficacia es muy rápida, por lo que el efecto de la Artillería en el combate también lo es;
- no requiere disponer de cartografía detallada (inexistente en la mayoría de los posibles campos de batalla de la época);
Como consecuencia de este empleo previsto, las piezas artilleras de los Ejércitos de la época se diseñaban teniendo en cuenta estas necesidades: la gran movilidad prevista en el campo de batalla implicaba la necesidad de piezas ligeras (lo que implicaba pequeños calibres y proyectiles de poco peso y poder destructivo), con alcances relativamente limitados (el empleo del tiro directo no permitía superar obstáculos geográficos incluso muy reducidos, por lo que los combates se realizaban a distancias cortas) y trayectorias muy tensas para maximizar la parte útil de la trayectoria (lo que implicaba la preferencia por los cañones antes que por los obuses). Como en el caso de las ametralladoras, la excepción parcial fue Alemania: la necesidad estratégica alemana de derrotar rápidamente a Francia antes de concentrar sus esfuerzos sobre Rusia obligó a los alemanes a dotar a sus Divisiones de un número inusual de obuses pesados, destinados a batir las fortalezas fronterizas francesas y belgas.
La experiencia colonial también contribuyó a depreciar el papel de la Artillería: las pobres vías de comunicación existentes en las colonias y las demandas logísticas de munición hacían a la Artillería compleja de operar en estas zonas y reafirmaban la necesidad de piezas muy ligeras. Además de ello, la escasez de blancos adecuados para ella (las fortificaciones que podían oponer los pueblos colonizados eran anticuadas o, incluso, inexistentes), hacía a la Artillería un Arma poco empleada en este tipo de conflictos.
En cualquier caso, antes de 1914, el tiro indirecto era una práctica artillera relativamente marginal, concentrada en aquellas unidades destinadas a la guerra de asedio. Como ejemplo, en mayo de 1914 el Capitán Hill de la Royal Garrison Artillery en una conferencia en el Royal Artillery Institute, en Woolwich y ante una audiencia esencialmente artillera, vaticinó que, antes de 1916, la Artillería de Campaña tiraría predominantemente en fuego indirecto y con correcciones meteorológicas, declaraciones que fueron recibidas con incredulidad (cuando no con hilaridad) por sus oyentes.
No obstante, antes de 1914, aparecen – aisladamente – escritos y opiniones que cuestionaban esta forma de emplear la Artillería. El argumento principal era que los avances técnicos permitían unas cadencias de tiro que harían inviable el movimiento de la Infantería en campo abierto (lo que invalidaba toda la táctica de la época), mientras que el aumento en los alcances y en la precisión del tiro permitían concentrar el fuego de grandes masas artilleras en puntos concretos sin necesidad de mover las piezas (concepto conocido hoy en Artillería como la “maniobra de los fuegos”). Estas concentraciones de fuegos hacían aún más cuestionable la posibilidad de que la Infantería pudiese sustraerse al fuego artillero. Sin embargo, estas opiniones, antes de 1914, eran decididamente minoritarias.

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