I Guerra Mundial: Estancamiento


 Cuando se habla de la Primera Guerra Mundial, la imagen que se viene a la mente es la de las embarradas trincheras de Flandes, las máscaras de gas y la ‘tierra de nadie’. La Primera Guerra Mundial es la ‘guerra de trincheras’ por excelencia.

Sin embargo, los inicios de la Primera Guerra Mundial se caracterizaron por la movilidad: los Ejércitos contendientes realizaron las ágiles maniobras que se habían previsto, a velocidades superiores a las de los Ejércitos napoleónicos. No obstante, el número de bajas se reveló extraordinariamente elevado: por ejemplo, el Ejército austríaco perdió entre julio y diciembre de 1914 casi 900.000 hombres, cuando su plantilla de paz apenas superaba los 400.000. Para marzo de 1915, las pérdidas superaban los dos millones. Alemanes y franceses perdieron cerca de 250.000 hombres por cada bando solo en el primer mes de combate en el frente occidental…  A lo largo de estos periodos iniciales, todavía hubo muchas unidades que optaron por el orden cerrado, especialmente en el frente oriental, donde la densidad de tropas era menor (y, por lo tanto, también lo era su potencia de fuego).

El Schneider 75/28 mod. 1897 era el cañón ‘de tiro rápido’ más avanzado de su época y constituyó una pieza esencial en el arsenal francés durante toda la Gran Guerra La batalla del Marne supone en cierta medida un punto de inflexión. A partir de ese momento, ambos bandos son conscientes de que la guerra de movimiento y las ofensivas a campo abierto no eran viables. La batalla del Marne supone el punto culminante de la ofensiva alemana, y el agotamiento de la capacidad ofensiva inicial del Ejército Imperial alemán en el frente occidental.

Por otra parte, los repetidos intentos alemanes de envolver el ala izquierda francesa, ampliando constantemente su despliegue hacia el canal de la Mancha, son contrarrestados por la continua expansión de la línea defensiva francesa en la misma dirección, hasta llegar al canal. Nacen los ‘frentes’.

Además de su impacto estratégico, el desarrollo de la batalla del Marne puso de relieve alguno de los graves problemas a los que se enfrentaban los contendientes: a los mortíferos de efectos de la potencia de fuego se unieron los problemas de mando y control. El jefe del Ejército alemán, Von Moltke ‘el joven’, no recibió información suficiente de los jefes de los 1º y 2º Ejércitos, y estos tampoco pudieron coordinar adecuadamente el movimiento de sus unidades entre ellos. Como consecuencia, en esa batalla se combinaron la falta de coordinación entre el 1er Ejército alemán de Von Kluck y el 2º Ejército de Von Bülow, con la resistencia de los aliados y con la propia indecisión de Moltke, rasgo de carácter que la falta de información no hizo sino acentuar. Por parte francesa, problemas similares de transmisión de información y de falta de coordinación impidieron aprovechar el hueco existente entre los dos Ejércitos alemanes. El resultado del agotamiento de los contendientes y de las carencias en el área de mando y control fue el cese de las ofensivas por ambos bandos.

Estabilizado el frente y ante la potencia de fuego de las nuevas armas, la Infantería recurre a la fortificación, especialmente a la trinchera, que reducía enormemente la eficacia del tiro tenso de la Artillería enemiga. Así, el frente occidental se configura como una línea continua de fortificaciones guarnecidas, que se extiende desde la frontera suiza hasta las costas del canal de la Mancha.

La creencia popular, incluso entre los militares profesionales, es que fue el empleo de la ametralladora lo que generó la parálisis de la maniobra en 1914.  Sin embargo, esta creencia no es completamente correcta. De hecho, la ametralladora era un arma poco extendida en 1914. La Infantería de Línea se sentía satisfecha con la potencia de fuego que le proporcionaba el fusil de repetición, al tiempo que el elevado peso de las ametralladoras y su previsiblemente alto consumo de munición suponían serios inconvenientes para la guerra extremadamente móvil que se preveía. Por ello, la ametralladora era un arma muy poco popular entre la Infantería. Ejércitos como el británico asignaban en 1914 sólo dos ametralladoras por Regimiento de Infantería (muy adecuadamente llamados regimientos ‘de fusileros’).

La parálisis de la maniobra en el frente occidental de la Gran Guerra se debió en realidad a una combinación de factores (en la que la ametralladora fue uno de ellos, pero no el más importante). Las operaciones de 1914 y 1915 pusieron de relieve que la potencia de fuego del armamento moderno hacía inviable los ataques en orden abierto (inicialmente tuvieron mucha más importancia el fusil de repetición y, especialmente, la Artillería de tiro rápido que la ametralladora); las operaciones de 1916 y 1917, basadas en la combinación del fuego indirecto de la Artillería en combinación con el avance de la Infantería, y que requerían una coordinación mucho mayor que las ejecutadas en años anteriores, subrayaron aún más las carencias de los sistemas de mando y control, contribuyendo significativamente a esa parálisis. Sólo en 1917 y 1918 las mejoras organizativas y tácticas permitieron recuperar (limitadamente) la maniobra.


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